¿Ma, por qué esas señoras
tienen olor a incienso?
¿Será que se están quemando por
dentro
como cigarrillos rancios
entre cuatro paredes de vidrio
detrás de las ocho puertas
lentamente,
como maderas húmedas,
como sahumerios de iglesia
como espirales vencidos?
¿Se quema esa gente, ma,
o sólo se deja avanzar por la
llama
y cuando la muerte llega, la
acepta
como si hubieran firmado un pacto
como dueñas de la misma espera,
vigilándose desde lejos,
y desde
siempre?
¿Cómo es el suelo donde las entierran?
¿Está plastificada su tumba, ma,
huele como ellas
que esconden la resignación debajo de
la alfombra
que reaccionan a la tierra con escobas
que no se mezclan con el polvo
ni al morirse?
Porque mirá que el suelo es
materia desorientada,
inocente,
que no sabe dónde ir
y cae donde cae.
¿Come tierra la muerte, ma?
¿Se la lleva del otro lado del
río y la vende entre silencios?
¿Podemos juntar la de nuestras
suelas,
la de nuestras
papas,
la de nuestras
uñas
para ganar territorio a lo que
vuela,
para amasar un nuevo país en las
memorias
para no vivir en el barro?
¿El agua diluye la dureza de las
cosas, ma?
¿Se aprende a vivir estando
muerto?
Ma
¿cuándo nos vamos?