viernes, 1 de julio de 2016

Señoras



¿Ma, por qué esas señoras
tienen olor a incienso?
¿Será que se están quemando por dentro
         como cigarrillos rancios
         entre cuatro paredes de vidrio
         detrás de las ocho puertas
         lentamente,
         como maderas húmedas,
         como sahumerios de iglesia
         como espirales vencidos?
¿Se quema esa gente, ma, 
o sólo se deja avanzar por la llama
y cuando la muerte llega, la acepta
       como si hubieran firmado un pacto
       como dueñas de la misma espera,
       vigilándose desde lejos,
       y desde  siempre?
¿Cómo es el suelo donde las entierran?
¿Está plastificada su tumba, ma, huele como ellas
        que esconden la resignación debajo de la alfombra
        que reaccionan a la tierra con escobas
        que no se mezclan con el polvo
                                                               ni al morirse?
Porque mirá que el suelo es materia desorientada,
inocente,
que no sabe dónde ir
y cae donde cae.
¿Come tierra la muerte, ma?
¿Se la lleva del otro lado del río y la vende entre silencios?
¿Podemos juntar la de nuestras suelas,
                             la de nuestras papas,
                             la de nuestras uñas
para ganar territorio a lo que vuela,
para amasar un nuevo país en las memorias
para no vivir en el barro?
¿El agua diluye la dureza de las cosas, ma?
¿Se aprende a vivir estando muerto?

Ma
¿cuándo nos vamos?