domingo, 16 de diciembre de 2018

Circulación del cansancio

Hay algo que no está bien.
¿Lo sentís?
Ese callo que se me hizo adentro
y crece en el costado izquierdo,
habla de lo mismo.
Grita en tramos cortos, cansados
y late, roja, a ritmo, la frase
que se bombea desde ahi
al resto de los órganos. Dice:
Hasta acá llegaste.
Hay algo que no está bien
y sos vos, entero
haciendo que este callo crezca y se lleve
cada vez más piel hacia la muerte
en lugar de ayudarme a que la muerte
borre mi nombre
de la primera plana de sus mármoles.


jueves, 29 de noviembre de 2018

Thriller


Vi una película de terror
en mi cabeza. Se llamaba “Te idealicé,
la puta madre”,
y actuabas vos. Yo también actuaba
pero la mayoría de las escenas
eran tuyas, o mejor dicho
de ese que se te parecía
y que seguía un guion soñado
irreal, de película de culto,
con subtítulos hechos de humo
y adrenalina y noches que no reportan
ninguna utilidad, ningún aprendizaje concreto
más que ganarle a la muerte una célula que todavía sabe reírse
por la que pagaremos algún día,
o mañana, en realidad, cuando despierte del todo, la puta madre
y recuerde que esta era una película de miedo
y que tu dominio exquisito de esa parte indescifrable
que oscurece los relojes para que paren
de gritar o de callarse, según lo que precisemos,
es sólo la mímica perfecta
que sigue el manual perfecto
que sabe dar el arte, cuando quiere iluminarlo todo
con esa luz que usan en los vestidores de los negocios
para que cualquier cosa que nos probemos
se parezca a lo que andamos buscando.



Sharp objects

Y si esta plegaria se cumple,
pero antes chocan tus palabras
con las mías, en algún lugar
entre el cielo
y la mayoría de los infiernos.
¿De quién sería la culpa?
Y entonces, también,
decime: ¿qué tengo que pensar
cuando miro a todos lados y veo
blanco y negro, al mismo tiempo
dentro del giro de trompo que hace
la misma sustancia?
Porque no sé.
¿Vos sabés?
Entonces, decime:
Estas horas inmensas, esta noche perfecta,
esta receta contra la aridez que tienen todas las certezas,
¿es el premio que pedí a mis dioses
o el castigo que mandaron los tuyos?


Tan poderosa

Junto paquetitos correctos
en la habitación a la izquierda de la amígdala
que al acumularse, pesan en los costados de las sienes,
pero también sirven para hacerlas latir de forma correcta
durante el reino de lo correcto, que son las mañanas.
Sin embargo,
su influencia dura setenta y dos horas exactas:
el tiempo que tardo en desenvolverlos
y leer el manual que los explica.
Al lado del manual hay otro libro
que permanece en blanco,
que aún abriéndolo mil veces, sigue en blanco,
y sin embargo,
sus hojas tienen olor a la noche en que no dormí
y a la mañana siguiente, tan poderosa,
donde aplasté todos los mambos
con un solo pie,
con un pie que no necesita apurarse,
que no necesita.
Al terminar de hojearlo, lo cierro.
El pie queda adentro, disfrutando
del recuerdo del mambo moribundo
que ahora no está,
(vuelve con los días,
pero ahora
A H O R A
no está),
y yo aprendo en esas hojas blancas
el poder de la vieja sed
y la impermanencia.


Disculpe la molestia

¿En cuántos pedazos
puede partirse un pibe
para que deje de ser molesto?
No lo quieren ver entero,
entero ocupa lugar
y se nota.
Hay que correrlo, barrerlo.
No lo quieren ver entero.
No lo quieren ver.
Sacalo de mi vista, sacalo,
si no lo veo,
no existe.
Por eso lo parten en hambre,
desprecio, indiferencia,
en cuadraditos violentos
que pican, pican, todos los días
hasta volverlos montones sin nombre,
inofensivos, desdibujados,
hasta convertirlos en arena
para rellenar tus playas
de fin de semana largo,
materia impalpable,
impotente y silenciosa
que barre un empleado público
a media luz, a las seis de la mañana
para que ningún señor con vista al río
pregunte, al levantarse,
de dónde viene ese polvo
con olor a muerto genérico
que le empaña las ventanas.


Cómo curar murciélagos

Te llamo a las tres y media de esta, o cualquier madrugada,
para contarte que tengo ascendente en cáncer,
que no esperes nada de mí, salvo murciélagos
que todavía no perdieron del todo
el sentido para orientarse en las tormentas
y que esta vez van hacia vos, compactos
oscuros, como siempre, pero ilesos
como si no vivieran chocándose todo el tiempo
contra los cristales de la propia confusión.

Intento morirme de un shock de todas las cosas
para inmunizarme en el futuro, (si es que hay futuros
dentro de este cóctel de cenizas al que llamo mi país)
mientras te sigo contando por teléfono
que ahora sé que esta hora, cualquiera de ellas,
puede ser amor, magia o parte de la muerte
atrapada en el reloj de arena
de alguna inteligencia artificial que se resetea al mínimo contacto.

Yo soy esa luz que se apaga al mezclarse con el aire.
Vos sos el agua que nunca tiene sustancias que la pudren.
Por eso sé que mis murciélagos pueden entrar en ella
sabiendo que no van a salir peor de lo que entraron.


Ce ne sont pas des oranges

Me dejo atravesar por las sinestesias
de una fuente con naranjas.
Esta buena predisposición hacia las cosas
sólo puede ser el sol que vuelve
acarreado por la fe.
Espero. Miro. No sé
si es jugo lo que quiero.
Creo en que la inmensidad crece
mientras la espera se mueve renga,
como los ovillos de lana de mi gata
que andan dispersos por el piso.
También creo en que este zigzag,
y estas ganas extrañas de naranjas,
sólo pueden calmarse mordiendo a la vez
los gajos
las semillas
la cáscara
y la bolsa
que todavía guarda su olor.


Sin título (III)

Ojalá que cuando mueras
vayas a un cielo demasiado intenso
de blanco seco, hielo y cloro,
adornado con estatuas de calcio
con relucientes sonrisas
dignas de propaganda de dentífrico
pero sin dientes para comer lo que no existe
en las heladeras celestiales, vacías, innecesarias,
sin hambre (tan asquerosamente humano),
sin gula de domingo a solas.
No quiero encontrarte cerca del infierno
que gané, pedazo por pedazo,
manejando toda decisión importante
desde mi asiento delantero
de miles de autitos chocadores
que usé, por turnos, a lo largo de los años.
Quiero abrazarme a esta alfombra que me tapa
y correrla, a veces. Y sólo a veces
asomarme hacia arriba, pensando
que afuera hay algo peor
que estas llamas que tatúan
adentro de mi retina
una foto que rompí
y otra foto que quemé
mientras vos actuabas esas poses
todavía.



Sin título (II)

La lámpara
sueña en las noches
que es sombra
con forma de globo.
Su sombra
sueña que algún día
podrá despegarse, y volar
lejos de ese techo.


Jardines

Me gustan las verdulerías
cuando las chatas vuelven del mercado
y descargan los cajones
en la vereda.
Huele como un jardín recién llovido
que no se enteró todavía
de que ya no existe.
Entonces compro
una planta de lechuga de hoja,
tomates perita, acelga
zanahorias y berenjenas
y las desparramo por mi casa
esperando que la contagien
de su olor a vida,
de su optimismo inocente,
antes de informarles que mi cuchillo
viene a darles la extremaunción.


Sin título

La intranquilidad es tan grande
que asfixia cualquier tormenta.
Lo que suele pesarme
tiene una densidad distinta
esta noche, donde las ruinas
buscan maneras complejas de sobrevivir.
Eso es el peligro: que lo que estás matando
te atrape en un sueño, desnuda
y encuentre las formas
de alimentarse de tus armas.


Abrigos

En invierno me gusta llevar
debajo del pullover correcto,
algo roto, rasgado, usado hasta cansarse
oculto a los ojos de quienes no imaginan,
de quienes no se interesan en el desafío
de captar a través
de las pequeñas espigas
del punto inglés,
esa parte sincera que soy, que anuncia
que más adentro, todavía, más adentro
hay algo con costuras abiertas,
que sólo querré mostrar a quien me ayude
a no necesitar los abrigos.

Mudanza

No hay muebles
en esta casa
tan grande. Lleno todo de bolsas
que ceden al contacto y no sirven,
no saben simular
la dureza necesaria
que soporte el culo que cae rendido
o el plato con apenas fideos
o el ritual de apoyar los codos
para sostener la cara
que piensa, otra vez, piensa
sin necesidad de muebles
de casa,
de permiso.


Cassettes

No quiero vivir el arrepentimiento
la vida al contrario,
el vaso que vuelve a llenarse
después de la caída.
Las cosas se revuelcan hacia adelante
por campos de fruta, por barro y por piedras,
pero no tienen sentido a la inversa.
La vida le responde al futuro.
Al revés sería como esos cassettes
que puestos hacia atrás, asustan
porque el pasado
es el idioma de las quimeras.


Catch 22 (2)

En fila, y tomando distancia
un raviol
atrapado en su caja
planifica la libertad
y por ella nada
en el agua hirviendo,
hasta estamparse contra el colador
y pegotearse, blando
en la salsa
del plato.
El raviol
no sobrevive
a su orden
ni a su caos.
Algo decisivo en el medio
debe tener la razón.


Ejercicio

Cumplo con la vida
como si fuera un ejercicio de matemáticas
que alguien me hizo resolver
en una hoja,
cuadriculada hasta el hartazgo
aunque no sé a quién debo entregárselo
cuando deje de borrar
y entregue el papel en blanco
con la fecha, solamente,
y un nombre.


Óxido

Te salen agujeros nuevos en las mañanas.
El rastro se pierde en cada desayuno.
Se abren las ausencias dentro de las ausencias
como una matrioshka al revés, diluida,
más que diluida, si te enfocás en el centro.
Te agarrás a la mesa para no desaparecer
en el próximo ciclo. Te sentís a salvo.
Las cosas (te decís) no se desangran
pero no recordás que tienen un alma
que puede ser olvidada. El óxido
es el cáncer de los objetos
que rompe los rincones, deshaciéndolos.



Construcciones

No hace falta que hable de amor o de puentes
para que yo los vea. Hace falta
que diga madera, que no diga nada más que madera
y puedo poner la imaginación los clavos
y ver los puentes fuertes uniendo oídos y ojos
y el resto de las ciudades intermedias. No hace falta
que hable de las puertas y las ventanas siempre cerradas
o de los festejos quietos, congelados en las fotos,
para que yo sepa de la soledad. Con decir diciembre
sé que está triste. No hace falta que diga.
No hace falta que esté.
No hace falta que nombre. Cuando no dice nada,
todas las palabras son mundos en espera
que se detienen en el borde de su labio.


lunes, 22 de enero de 2018

Azul


   No me copa la idea, pero voy. Sabemos cómo están las cosas. Presiento que estoy pagando caro el ácido que conseguiste. Manu dijo que había pegado de los buenos y que nos los vendía al precio de antes.
   Creo que me pasás factura por las veces en que te dejé colgado. También puede ser que sientas de qué quiero hablar y te lo estés cobrando por adelantado.
    Pusimos una manta en tu jardín, al lado de la pileta. Hablamos boludeces hasta que el alrededor empezó a desenfocarse.
-   El pasto se pone azul, ¿ves? - dijiste y te brillaban los ojos. Temblabas, tirado en el piso.
    Yo también temblaba, pero todavía no podía despegar de la cabeza. La charla se venía estirando, no tenía sentido postergarla. Sabía que veníamos esquivando el borde, pero no por eso desaparecía.
     Pero intenté volver, sostener el presente: el hoy en el jardín.
-   El árbol se mueve y baila, mirá - te contesté mientras me alejaba, tratando de seguirte el paso y disfrutar los acuerdos.
    Miraste para donde señalé y me seguiste la corriente. Sonreíste. Los labios se te abrieron y cerraron al ritmo de la canción que te sonaba en la cabeza desde ayer.
-   Pero ¿viste el pasto?- insistís.
-   No, el pasto está igual
    Mi respuesta te desilusiona. El viaje te hace alertar los sentidos y percibís lo que no sería claro de otra manera. Los dos sabemos que estamos hablando de lo que no queremos hablar.
-   ¿Te cortaste sola? ¿Te abrís?
-   No sé – Mi respiración se acelera. Tu pregunta me agarra en el medio de una subida
    Te quedás callado. Sé que el animal que nos suele acechar puede convertirse en monstruo y no quiero cagarte el día. No quiero que me relaciones con un dinosaurio que te pisa la cabeza. No quiero que sea el recuerdo que hayamos construido.
    Las nubes, mientras, se contraen y expanden, como pulmones. Vuelvo a viajar.
-   Las nubes sí, mirá cómo cambian
    Nos distraemos con el cielo, por tres minutos. Me acuerdo de la película “Vainilla sky” por asociación, y las nubes se retuercen.  Son de un amarillo que tiene gusto a helado.
    Me da frío el helado imaginario. O lo otro, decirlo, ¿cuándo? Ahora un peso que no está me tira para atrás. Flasheo alas para equilibrarme y jugar a ganar, esta vez, por hoy.
-   Viene un dinosaurio. Quedate. – decís, mientras el monstruo nos crece, inevitable. 
    No tengo armas para defendernos donde estoy, desnuda y con alas de papel amarillo. Me dura el color y el frío. No sé tampoco si quiero ganar o perder. Las alas se desprenden con el viento y hacen ruido a vasos que se rompen.
    Pero sé volver sana, y lo hago. El dinosaurio lame el helado que me pegotea la mano. Oscurece, no sé dónde. Mirando lo negro, cayendo sobre el piso lleno de preguntas, te digo:
-   Tenés razón, se va poniendo azul el pasto.
    Tu cara se ilumina, como si celebraras la victoria. Yo sólo quisiera que el azul fuera de verdad y que durara.

lunes, 1 de enero de 2018

Rellenos


Estaba apurada, todavía tenía que terminar de preparar la comida y tomar el colectivo para llegar a las 7, 8 no muy tarde. Era nuevo esto de estar preparando cosas para la Navidad, pero no quería que mi vieja laburara, y había tomado la posta. La pasaríamos solas.
Teléfono. Era ella.

- ¿Cómo estás? - dijo
- Acá, preparando los piononos.
- ¿De qué los hiciste?
- Uno de roquefort, nueces y aceitunas negras y el otro de atún con aceitunas rellenas.
- Te faltó el morrón
- …
- ¿Venís a las 8?
- Probablemente, creo que sí
- Porque a veces venís como a las 10
- También puede ser

    Después me contó que el fluorescente, la triste luz principal del comedor, se había roto. Dije que la cambiemos por otra de atrás, una del patio. Dijo que no, que no era el fluorescente sinó la llave o la conexión eléctrica. Pero que la otra luz, la lamparita secundaria del comedor, algo haría por nuestra noche. Me imaginé el panorama y pensé que, definitivamente, iba a llegar a las 10.

    Abrí la lata de atún, mientras recordaba cuando él me preguntaba por qué no era más cariñosa. Después desmenucé todo eso con el tenedor hasta que dejó de parecerse a algo que cierta vez estuvo vivo y lo mezclé en silencio, que va muy bien en este tipo de rellenos.