No me copa la idea, pero voy. Sabemos cómo están las cosas. Presiento que estoy pagando caro el ácido que conseguiste. Manu dijo que había pegado de los buenos y que nos los vendía al precio de antes.
Creo que me pasás factura por las veces en que te dejé colgado. También puede ser que sientas de qué quiero hablar y te lo estés cobrando por adelantado.
Pusimos una manta en tu jardín, al lado de la pileta. Hablamos boludeces hasta que el alrededor empezó a desenfocarse.
- El pasto se pone azul, ¿ves? - dijiste y te brillaban los ojos. Temblabas, tirado en el piso.
Yo también temblaba, pero todavía no podía despegar de la cabeza. La charla se venía estirando, no tenía sentido postergarla. Sabía que veníamos esquivando el borde, pero no por eso desaparecía.
Pero intenté volver, sostener el presente: el hoy en el jardín.
- El árbol se mueve y baila, mirá - te contesté mientras me alejaba, tratando de seguirte el paso y disfrutar los acuerdos.
Miraste para donde señalé y me seguiste la corriente. Sonreíste. Los labios se te abrieron y cerraron al ritmo de la canción que te sonaba en la cabeza desde ayer.
- Pero ¿viste el pasto?- insistís.
- No, el pasto está igual
Mi respuesta te desilusiona. El viaje te hace alertar los sentidos y percibís lo que no sería claro de otra manera. Los dos sabemos que estamos hablando de lo que no queremos hablar.
- ¿Te cortaste sola? ¿Te abrís?
- No sé – Mi respiración se acelera. Tu pregunta me agarra en el medio de una subida
Te quedás callado. Sé que el animal que nos suele acechar puede convertirse en monstruo y no quiero cagarte el día. No quiero que me relaciones con un dinosaurio que te pisa la cabeza. No quiero que sea el recuerdo que hayamos construido.
Las nubes, mientras, se contraen y expanden, como pulmones. Vuelvo a viajar.
- Las nubes sí, mirá cómo cambian
Nos distraemos con el cielo, por tres minutos. Me acuerdo de la película “Vainilla sky” por asociación, y las nubes se retuercen. Son de un amarillo que tiene gusto a helado.
Me da frío el helado imaginario. O lo otro, decirlo, ¿cuándo? Ahora un peso que no está me tira para atrás. Flasheo alas para equilibrarme y jugar a ganar, esta vez, por hoy.
- Viene un dinosaurio. Quedate. – decís, mientras el monstruo nos crece, inevitable.
No tengo armas para defendernos donde estoy, desnuda y con alas de papel amarillo. Me dura el color y el frío. No sé tampoco si quiero ganar o perder. Las alas se desprenden con el viento y hacen ruido a vasos que se rompen.
Pero sé volver sana, y lo hago. El dinosaurio lame el helado que me pegotea la mano. Oscurece, no sé dónde. Mirando lo negro, cayendo sobre el piso lleno de preguntas, te digo:
- Tenés razón, se va poniendo azul el pasto.
Tu cara se ilumina, como si celebraras la victoria. Yo sólo quisiera que el azul fuera de verdad y que durara.
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