sábado, 20 de mayo de 2017

Fragmento de "El pozo" (Juan Carlos Onetti)

        "El amor es algo demasiado maravilloso para que uno pueda andar preocupándose por el destino de dos personas que no hicieron más que tenerlo, de manera inexplicable. Lo que pudiera suceder con don Eladio Linacero y doña Cecilia Huerta de Linacero no me interesa. Basta escribir los nombres para sentir lo ridículo de todo esto. Se trataba del amor y esto ya estaba terminado, no había pri­mera ni segunda instancia, era un muerto antiguo. Qué más da el resto. Pero en el sumario hay algo que no puedo olvidar. No trato de justificarme; pueden escribir lo que quieran las ratas del juzgado. Toda la culpa es mía: no me interesa ganar dinero ni tener una casa confortable, con radio, heladera, vajilla y un watercló impecable. El trabajo me parece una estupidez odiosa a la que es difícil escapar. La poca gente que conozco es indigna de que el sol le toque en la cara. Allá ellos, todo el mundo y doña Cecilia Huerta de Linacero.
          Pero en el sumario se cuenta que una noche des­perté a Cecilia, “la obligué a vestirse con amenazas y la llevé hasta la intersección de la rambla y la calle Eduardo Acevedo”. Allí, “me dediqué a actos pro­pios de un anormal, obligándola a alejarse y venir caminando hasta donde estaba yo, varias veces, y a repetir frases sin sentido”. Se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocul­tando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene.
          Aquella noche nos habíamos acostado sin ha­blarnos. Yo estuve leyendo, no sé qué, y a veces, de reojo, veía dormirse a Cecilia. Ella tenía una expresión lenta, dulce, casi risueña, una expresión de antes, de cuando se llamaba Ceci, para la que yo había construido una imagen exacta que ya no podía ser recordada. Nunca pude dormirme antes que ella. Dejé el libro y me puse a acariciarla con un género de caricia monótona que apresura el sue­ño. Siempre tuve miedo de dormir antes que ella, sin saber la causa. Aún adorándola, era algo así como dar la espalda a un enemigo. No podía so­portar la idea de dormirme y dejarla a ella en la sombra, lúcida, absolutamente libre, viva aún. Es­peré a que se durmiera completamente, acaricián­dola siempre, observando cómo el sueño se iba ma­nifestando por estremecimientos repentinos de las rodillas y el nuevo olor, extraño, apenas tenebroso, de su aliento. Después apagué la luz y me di vuel­ta esperando, abierto al torrente de imágenes.
          Pero aquella noche no vino ninguna aventura pa­ra recompensarme el día. Debajo de mis párpados se repetía, tercamente, una imagen ya lejana. Era precisamente, la rambla a la altura de Eduardo Acevedo, una noche de verano, antes de casarnos. Yo la estaba esperando apoyado en la baranda me­tido en la sombra que olía intensamente a mar. Y ella bajaba la calle en pendiente, con los pasos lar­gos y ligeros que tenía entonces, con un vestido blanco y un pequeño sombrero caído contra una oreja. El viento la golpeaba en la pollera, trabán­dole los pasos, haciéndola inclinarse apenas, como un barco de vela que viniera hacia mí desde la no­che. Trataba de pensar en otra cosa; pero, apenas me abandonaba, veía la calle desde la sombra de la muralla y la muchacha, Ceci, bajando con un ves­tido blanco.
          Entonces tuve aquella idea idiota como una obse­sión. La desperté, le dije que tenía que vestirse de blanco y acompañarme. Había una esperanza, una posibilidad de tender redes y atrapar el pasado y la Ceci de entonces. Yo no podía explicarle nada; era necesario que ella fuera sin plan, no sabiendo para qué. Tampoco podía perder tiempo, la hora del milagro era aquella, en seguida. Todo esto era demasiado extraño y yo debía tener cara de loco. Se asustó y fuimos. Varias veces subió la calle y vino hacia mí con el vestido blanco don­de el viento golpeaba haciéndola inclinarse. Pero allá arriba, en la calle empinada, su paso era distinto, reposado y cauteloso, y la cara que acercaba al atravesar la rambla debajo del farol era seria y amarga. No había nada que hacer y nos volvimos."

martes, 2 de mayo de 2017

Info


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martes, 25 de abril de 2017

Un pato gris que nada hacia adelante



Dijeron que tenías una patología
y yo en un momento así, me imaginé un pato
pero no fue en broma ni a propósito.
Después dije doctor de donde viene la palabra
y volvió a decir “pathos”  (con hache)
y ”logia” (con ge)
y que en resumen es el estudio 
de las enfermedades,
aunque también se refirió al conjunto
de males que puede tener el hombre,
y yo me acordé de Pandora, que abrió la caja
por curiosa, y los desparramó a todos. 
Después pensé que si todos los males 
pudieron entrar en una caja mitológica, 
no debían ser tan graves
porque se dejaron guardar y tapar
como cachorros.
   -  No le tengo miedo a las cosas 
que se pueden tapar, doctor 
le dije, y él no entendió mucho
y siguió explicando que era irreversible 
y yo dije doctor
de dónde viene la palabra.
Y dijo que “revertor” (con ve corta)
es volver sobre sus pasos
y que el “ir” de adelante (con i latina)
quiere decir que no se puede.
Y que en resumen es algo 
que no vuelve al estado de antes,
que no se deshace,
y yo pensé qué lástima
porque antes significaba algún color
que cambiaba con el tiempo, pero siempre
se mantenía en los primarios,
mientras que hoy la falta de ellos
inunda el horizonte 
y también tu piel, que ahora es gris
y lenta, como la de un pato 
que nada tranquilo
sin poder volver atrás. 
Y no sé qué quiere decir eso. 
Quizás debí preguntarle al médico
pero creo que no le gusta 
o no sabe
hablar de colores.

miércoles, 19 de abril de 2017

Cinco minutos de audio

     Dos horas sin abrir el celular. El audio seguía mostrando evidencia de no haber sido escuchado, pero no había sido un error ni una omisión. Ella lo eludía a conciencia, aunque tenía muy presente el remitente y los cinco minutos con veintidós segundos rellenos con su voz. Pensó cuántas palabras puede decir el ser humano por minuto (una vez había leído que podemos emitir entre 170 y 190), e hizo el cálculo. Existirían también los silencios intercalados, que también pesaban. ¿Cuántas páginas de un libro podrían llenarse con cinco minutos de monólogo? Y por último, la pregunta más importante: ¿Qué querría decirle, después de tantas semanas?

     Preparó un té y especuló con la posibilidad de un encuentro, de que él hubiera madurado la última conversación y planteara los ítems que posibilitaran un acuerdo. ¿Las heridas podían cerrarse con un café con tres de azúcar, con las galletitas de siempre? 

     El té estaba caliente y sopló. El vapor dobló hacia la derecha y se deshizo, camino al techo. Él había desaparecido casi de la misma forma, pero ella no sabía hacia qué dirección. Había dejado su ropa y sus objetos queridos por todas partes. Eso lo seguía atando a ese departamento, que ya no era su casa sino su caja fuerte. Él no viviría allí adentro, pero al parecer seguía considerándolo como un buen lugar para guardar valores. Ella no era uno de esos objetos preciados, sino la tesorera de un banco de hielo. Y en su misión de resguardar todo, había dejado los objetos en su lugar, como si ella hubiera pactado con el tiempo para  esperarlo y dejarlo pensar. El tiempo podía ser nuestro aliado, si llegábamos a convencerlo. 

     Prendió el televisor pero no pudo concentrarse, a pesar de que había comenzado la novela de las seis. Sabía que no podía alargar la espera, pero disfrutaba de todas las posibilidades que coexistían en una misma realidad, como si los mensajes sin abrir fueran gatos de Schrödinger; uno desconoce si están vivos o muertos hasta abrir la caja que los contiene. El gato debía estar vivo si era capaz de escribir un mensaje, de hablarle cinco minutos a un teléfono pensando en ella. El gato debía estar muerto para no tocar el timbre, para dejar que las horas se arruguen hasta verlas caer.

     Tomó el celular y tuvo miedo. Una vez abierto, cualquier cosa que se dijera sería inevitable y la obligaba a actuar. No sabía si quería tomar decisiones. Fuera de su casa tenía un trabajo exitoso, donde definía situaciones todo el tiempo. Descansar de eso en las cuatro paredes de su casa, la llenaba de contrastes que le hacían bien. 

     Y también estaba la verdad, que había faltado aquel día, el último. La sinceridad, como único manto de valor, formulada en píldoras, en cuotas difusas, para no sangrar de golpe, para no despintar las sonrisas. Y ahora en su nueva versión tecnológica, en cinco minutos de audio. Pero estas semanas habían cambiado su percepción de las cosas. Ya no valoraba tanto la verdad, prefería la paz que había construido a solas. El mensaje, el libro firmado y editado contando lo que había sucedido después, o los motivos del antes, conformaba una sola versión de los hechos, de todas formas. Apto para todo público, decorado con flores de estación, sin gestos espontáneos.

     Fue a bañarse, para ganar quince minutos. El agua ofrecía otros sonidos menos importantes que agradeció. Pero la quietud aceleró su ansiedad y ya no pudo esperar. Se secó con el toallón rojo que él había usado la última vez que se había duchado (todavía tenía su perfume), y aún desnuda, abrió el mensaje y escuchó. 

     Su cara imitó un cuadro durante esos minutos; la mirada se clavó en el almanaque que tenía pegado en la puerta de la heladera. Dejó el celular en la mesa y como tuvo frío, cortó las etiquetas y se vistió con una remera y un pantalón que había comprado esa semana, para una ocasión especial. Después juntó la ropa de su marido (algunas medias y camisas todavía estaban en el rincón derecho de la cama), los zapatos de cuero negro, sus rompecabezas de autos antiguos, el bolso de piel que había comprado en el último viaje, la raqueta y las pelotas que le habían regalado los nietos, los discos de Elvis, y metió todo en una caja para donarla a cualquiera que necesitara esas porquerías.


lunes, 17 de abril de 2017

Musas

Un texto publicado hoy en 
El Corán y el Termotanque   (↶GO!)




A veces se da al revés. Están los días en que no te baja una idea,
y pretendés no levantarte hasta que aparezca la  inspiración y se transforme en esa puta que haga lo que pedís, hasta que se te vayan las ganas, hasta que dejes de inspirar, o de respirar, o incluso de esnifar musas que ante cualquier distracción, coagulan y empiezan a trabarse en algún caño entre tu nariz y tu neurona.  Entonces se cansan y se van, así como llegaron. A veces se da eso, y a veces, se da al revés. Se da que ellas, las esnifadas, vuelven, ya sabiendo por donde entrarte, pero esta vez gratis, a suplicar que las recibas, que las lamas, que las escupas, húmedas, sobre un papel salvaje y a mano alzada, pero vos das vueltas, y vueltas, ante su urgencia de viajarte y llenarte toda neurona, porque sabés que lo único que hoy traen, es negro y tristísimo, y es por eso que te negás terminantemente a sentar el culo en la silla, que hoy tiembla y te expulsa como maleficio.  Pero es inútil, porque esa historia  que te atravesó en este tiempo, ya te pasó, ya está escrita hasta en sus comas por sí misma, y fue parida por tus musas aunque vos no estés, aunque vos no quieras hacerte cargo de que esos también son tus hijos, y son horribles.


martes, 11 de abril de 2017

Los roedores y su hábitat



En los infiernos animales
solté una rata
dentro del laberinto
dictado por sus ojos.
Ella recorrió todos los pasillos
en completa oscuridad, 
porque estudió de memoria
las huellas
                    y pozos
del camino, pero nunca
encontró la salida
a pesar de haber probado
todas las rectas
                             y curvas
y haber pintado de rojo
                                           y sepia
cada habitación conquistada.

Tal vez haya ratas que no busquen
salir de los laberintos
(con sus pozos, sus curvas, su sepia)
sino que prefieren hacer
en ellos su casa.

domingo, 26 de marzo de 2017

Subjetividad de los climas




Aún no ha llegado el frío
a la ventana de casa, pero
algo como nieve incierta
se despega del aire
se acumula en el techo
sobre mi cama
hasta que se condensa y cae
como un invierno anticipado.
Miro hacia afuera y sé que otros
siguen dorándose al sol.
Quisiera acercarme
a desmentir el mal clima
imitar sus ganas de surfear
la calidez del aire
que hace ondular su entusiasmo
ante la continuidad del verano,
pero cierro la ventana
y miro a los vidrios
profundamente
                              ver
                              ti
                              cales
empañarse
hasta volverse ciegos.


Contenido no disponible



Ya nadie muere
de cuestiones fundamentales
sino de furias
mal cogidas
y de sobres con mensajes
guardados en el cajón
equivocado.
Durante el día
las furias y los sobres
duermen
sin soñar con nada útil,
y cuando se hartan
salen a tomar aire,
a fumar un faso, a rearmar
el desaliento de mañana.
A las once menos cuarto
de cada noche,
se encuentran con un fósforo
y celebran juntos
una hoguera
que no sabe cómo apagarse.


martes, 7 de marzo de 2017

Observaciones aleatorias acerca de una reunión de gotas



Una gota aplastada sobre el puente.
Una nube que infla lo pálido entre celestes.
Un cielo que destiñe en sábanas de lluvia.
La gota bañada por todas partes
con gotas, viento y otras gotas.
Una rama que corta el charco con su peso.
Una hoja que flota a la deriva
arrastrando otras hojas a su paso.
La gota sin bordes, creciendo por los suelos.
Un suelo que ya no es suelo sino río.
Una gota que vuelve al mismo puente. 
Un puente frágil devorado por el agua. 



miércoles, 1 de marzo de 2017

Veintedelcinco de dosmilcatorce




Hojear la red social, viéndola pasar hacia abajo con el mouse, mientras un poema de bukowski se mezcla con el candy crush mezclado con la venta de un burro de arranque en oferta, y atrás vos en soledad y yo en desapariciones, y otra vez el que hace una cadena por los animales o una campaña antipolítica contra todo lo que  está mal para unos y está bien para otros, y música para pastillas y más abajo un tema de cerati porque está internado, y claudio maria dominguez diciéndole al mundo que respire, y vos y yo, en silencio, y todo tu circo aplaudiendo, y las frases motivadoras de molde, y palabras forzadas de gente que me escribe sin ver que mi no conectado es claro reflejo del keep away de siempre y siempre estarme yendo a ningún lugar, y los dos sabiendo pero no entendiendo por qué debajo de la superficie la sangre aún hierve pero tan lejos en tu caso que no se acuerda el camino para reoxigenarse, y me gusta me gusta me gusta, te ponen las bellas y los altos, y yo mientras tanto escribo sin que me guste, sin que me ayude a cambiar esta sensación de final ante tu deferencia ante los nuevos perfumes previsibles desconociendo los antiguos, y qué estás pensando  dice el cuadrito de mi Facebook y también el tuyo, mientras ninguno de los dos rellena el tiempo ni el aire mutuo ni el cuadrito propio, aunque lo de pensar lo hagamos tan bien, tan por demás, pero el cuadrito debería medir páginas y páginas y no, es un cuadrito término medio y ninguno aprendió a caber todavía en él como tampoco en el espacio juntos y eso nunca fue un cuadrito sino un cielo, pero inexplorado y por eso el silencio.