martes, 24 de mayo de 2016

La habitación del suicida (Wislawa Szymborska)



Seguramente crees que la habitación estaba vacía.
Pues no. Había tres sillas bien firmes.
Una lámpara buena contra la oscuridad.
Un escritorio, en el escritorio una cartera, periódicos.
Un buda despreocupado. Un cristo pensativo.
Siete elefantes para la buena suerte y en el cajón una agenda.
¿Crees que no estaban en ella nuestras direcciones?
Seguramente crees que no había libros, cuadros ni discos.
Pues sí. Había una reanimante trompeta en unas manos negras.
Saskia con una flor cordial.
Alegría, divina chispa.
Odiseo sobre el estante durmiendo un sueño reparador
tras las fatigas del canto quinto.
Moralistas,
apellidos estampados con sílabas doradas
sobre lomos bellamente curtidos.
Los políticos justo al lado se mantenían erguidos.
No parecía que de esta habitación no hubiera salida,
al menos por la puerta,
o que no tuviera alguna perspectiva, al menos desde la ventana.
Las gafas para ver a lo lejos estaban en el alféizar.
Zumbaba una mosca, o sea que aún vivía.
Seguramente crees que cuando menos la carta algo aclaraba.
Y si yo te dijera que no había ninguna carta.
Tantos de nosotros, amigos, y todos cupimos
en un sobre vacío apoyado en un vaso.

domingo, 15 de mayo de 2016

El tatuaje de birome



El Javi:

El frío lo despertó otra vez. Eran las 6.30 y la vieja ya se había ido a cuidar los pibes de los Acosta. Igual, antes de irse le había planchado el guardapolvo al Maxi y a él. Le tocaba hacerle la leche a los dos, media taza para cada uno. Cuando vio que quedaban dos masitas, pensó en comerse la suya y también la de su hermano, pero ya había pasado que después lo tenía que aguantar llorando todo el camino hasta la escuela. Esa vez lo había solucionado con un sopapo en plena calle, para que se dejara de romper las pelotas y sobre todo dejar de sentir esa voz adentro que lo hacía sentir para la mierda.
En la escuela desayunaban un poco mejor, y había que aprovechar ahí, porque eso y lo del mediodía eran las únicas comidas seguras. A la noche no se sabía, siempre dependía si a la vieja le habían dado lo que sobraba del almuerzo de los Acosta. Últimamente no sobraba mucho.
La maestra de quinto le caía bien, siempre parecía querer ayudarlo. Tenía unos ojos marrones grandes que le hacían acordar los de Perra, su perra, que se había muerto o había desaparecido una tarde que había ido a vender tarjetitas a los bares del centro. Capaz que siguió a uno de esos de la Protectora de animales, que seguro le puso un nombre lindo, sabiendo que ahí le iban a dar de comer todos los días. Ojalá hubiera dejado la dirección.
El Maxi terminó de comer su masita y pidió otra. Todavía no entendía muy bien de qué iba la cosa, pobre. Él se hacía el superado, pero cuando le dolía la panza también hubiera querido ponerse a llorar. Pero tenía 11. Había aprendido que llorar le dejaba como un calambre en la panza y todo se hacía más lento hasta las 9 y media, que le daban las otras masitas en la escuela.
Ese jueves la maestra se puso a leer algo de un tipo que se llamaba Robin Jud y él se puso a contar las tarjetitas para vender a la tarde. Si vendía 10 le iban a dar 50 pesos y de eso le tocaban 20. Los otros 30 iban para el Guano, que le daba las tarjetitas. A veces le traía rosas, pero esas eran más difíciles de meter. Se ve que los tipos ya no necesitaban de esos chamuyos para acostarse con las minas. Sinó preguntale a la vieja, que la puso y nunca más vio al padre del Maxi ni al de él.
La Yeyi, que también era una de las pibas que trabajaba para el Guano, le dijo que a ella las cosas esas no le decían nada, que prefería el pibe que la invitaba con fasos y con birra porque eso la hacía sentir grande. La Yeyi era su amiga, tenía 12 y sabía un montón de todo lo que a él le interesaba. Una vez la habían metido adentro porque afanó el celular de una mina que estaba buscando unas monedas en el fondo de la cartera, mientras había dejado en la mesa un teléfono que salía 10000 mangos. La agarraron en la esquina. Eso le pasaba por ser flaca, se le enredaban las patas cuando quería correr y terminaba en el piso como una boluda.
A veces jugaban a afanarse entre ellos, para practicar. A ella le hubiera gustado eso del Robin Jud, que afanaba a los ricos para darle a los pobres.
“Cuando la vea le cuento”, pensó.
-  La maestra esa es una hija de puta, a mí me hizo echar. No le creás nada.
-  Parece que está en un libro, no se lo inventó ella.
-  Igual es una hija de puta
El Javi se calló, la maestra le caía bien. Después salió lo del tatuaje, cayó el Guano, y se olvidó de la maestra.
Al otro día, él había ido al salón a buscar una cosa en la mochila mientras todos estaban en el recreo y pescó la cartera de la maestra. Estaba medio escondida entre unos cuadernos en el escritorio, pero él la vio igual. Sintió lo mismo que cuando el Maxi lloraba, esa cosa fea adentro. Le pareció que llevarse la billetera era como afanarle a la vieja, así que la dejó ahí. Después se sintió un boludo; la Yeyi le habría dicho que era un boludo y no le hubiera hablado hasta reconocer que la maestra era una hija de puta como ella decía, que se merecía eso y más.
Capaz que al final la Yeyi tenía razón, porque cuando él cerró la cartera sin sacar nada, justo la maestra entró y lo vio, y se puso a gritarle de todo. Parecía otra tipa. Él se quiso ir y lo encerraron en la dirección. Al rato los canas se lo llevaron y lo cagaron a palos en el auto mismo, para no perder tiempo en la comisaría.  No lo metieron en la oficina, no le preguntaron quién era ni anotaron nada. Él sabía que así lo habían hecho boleta a su primo, cuando se lo llevaron por prenderle fuego al auto de un cana, y decían que no lo tenían en ninguna comisaría. No lo tenían ingresado, eso era. Nunca apareció, pero todos sabían.
Lo encerraron en el cuartito de atrás.
-  Nosotros sabemos quién sos, pendejo.
  Él no sabía qué querían decir con eso. Pero entendía que ser él no debía ser bueno, por cómo estaba cobrando.
-  El Guano te vendió.
-  ¿Qué le vendo las tarjetas?
-  No te hagas el boludo, ya encontramos la falopa en tu casa.
Pensó en la vieja y el Maxi, en la casa toda revuelta. Pensó en el Guano, que siempre la andaba queriendo manosear a la Yeyi y siempre lo cacheteaba si los veía juntos, como ayer a la tarde, cuando los encontró en la Plaza Sarmiento:
-  Acá se labura, no se viene a coger, pendejos boludos.
-  Nosotros no cogemos
-  Vos andá por Pellegrini y vos te me vas a Oroño. Y después venís a traerme la guita a mi casa. – le decía a la Yeyi- Vos no, pendejo, vos esperá que te busque en la esquina mañana.
La Yeyi no lo miraba y  se iba en silencio. El Javi la veía irse  y le parecía en esos momentos que sus patas largas eran más finas y temblaban, como esos yuyos que se mueven con cualquier viento.

Le cerró todo.  Se quedó callado y  los dejó seguir, poniendo el lomo por delante, que era donde dolía menos.

………

La Yeyi:

Ella miraba adelante sin ver a nadie. Iban todos apurados ese jueves, pero el faso los ponía en cámara lenta. Estaba sentada en la fuente de la Plaza Sarmiento, y la mirada se le enfocó recién cuando llegó el Javi.
-  ¿Y? vendiste?
-  Tres- dijo ella
-  Yo dos y una tipa me dio dos mangos y me devolvió la tarjeta. ¿Alcanza para chicle?
-  Uno. ¿Me das la mitad?
- 
El Javi volvió con un chicle de menta. Ella masticó y se rascó el brazo.
-  ¿Qué tenés ahí abajo?
-  ¿Esto? Un tatuaje.
-  No parece. ¿qué son, letras?
-  Me lo hice yo. Dice Yeyi, con unas estrellitas.
-  ¿Cómo hiciste?
-  Con tinta de birome y un alfiler. La Pato me enseñó cuando nos guardaron, pero ahí no podríamos probar.
-  ¿Y por qué no te lo hizo después?
-  Porque sigue guardada
El Javi se miró el brazo y ella adivinó:
-  Te enseño si me comprás un alfajor
-  Me quedaron 25 centavos nomás del chicle.
-  Bueno, yo te enseño y vos me traés el alfajor mañana
El Javi dijo que sí con la cabeza. La Yeyi empezó a contar la técnica.
-  Mirá si agarro y yo también me tatúo Yeyi- dijo agarrando una piedrita y tirándosela a una paloma.
Ella captó enseguida el cambio en la voz. Él no la miraba, hacía como que buscaba otra piedrita, pero estaba lleno de piedritas y no agarraba ninguna.
-  No seas pelotudo. Tatuate Javi. Con azul va a quedar lindo.
-  De Ñulls me lo voy a hacer.
-  Colores de mierda.
-  ¿Vos por qué te tatuaste Yeyi y no alguna otra boludez?
-  Para que si me olvido, mire ahí y me acuerde.
-  Sos bastante pelotuda, puede ser
-  Voy a hacer una vaquita en el barrio y voy a mandar a que te caguen bien a palos.
-  Ni dos pesos juntás. Ni para el chicle.
Ella vio venir al Guano a lo lejos. Sabía que les iba a hacer quilombo cuando los viera juntos. Agarró una piedrita y la tiró hacia donde él venía, pero sin fuerza. La piedrita rebotó en su rodilla.

Después de esa tarde, pasó 4 días sin noticias del Javi. Pendejo de mierda, seguro que se hacía el boludo para no comprarle el alfajor. Era lunes y a la tarde se llegó hasta su casa, golpeó con las manos y vio a doña Mecha correr la cortina de plástico con la cara hinchada.
A esa hora doña Mecha siempre estaba limpiando la casa de los Acosta. A esa hora el Maxi siempre jugaba a la pelota con los de la esquina. Pero ese día estaban los dos, ahí parados, en silencio.
-  ¿Vos no sabés nada del Javi?
-  No, ¿qué le pasó?
-  Hace tres días que lo buscamos
-  Lo vi en la Plaza Sarmiento el jueves, eran como las 5
-  Puse carteles que me hizo el Esteban con la fotocopiadora, pero nadie vio…
Las manos le quedaron en el aire, en suspenso. Las venas se le marcaban en azul y se levantaban de la piel como queriendo escapar, sin saber hacia dónde.
-  ¿Fue a la escuela?
-  Me dijo la de la dirección que ahí no saben nada, pero el Maxi fue con él ese día y se tuvo que volver solo.
-  Yo la ayudo. Si sé algo, vuelvo y le aviso.
La Yeyi se fue a la escuela, porque se olió algo raro, y ahí le dijeron que no tenían ningún alumno anotado con ese nombre. La puteó a la directora y a la maestra. Les dijo que iba a ir a la cana a hacer quilombo porque el Javi hacía 7 años que iba a esa primaria y hacía dos que estaba en 5to grado, con esa misma yegua de profesora. Dijo que el Maxi también iba, que se fijaran, pero nadie le dio bola.
En la seccional del barrio no revisaron ningún papel pero le dijeron que ahí tampoco lo habían ingresado, y ella vio que no tenía más nadie a quién protestarle o a quien contarle que se le cagaban de risa en la cara.
Pensó en el Guano, y aunque lo odiaba, sabía que a él le iban a dar bola; él era alguien y no iba a querer perder un pibe que le laburaba más o menos bien. Llegó a la esquina de la casa del tipo y se fumó una tuca para que le diera valor, o para que le chupara un huevo lo que vendría después. Sabía que ese favor se lo iba a cobrar igual que siempre:
-  Abri la boca más grande, pendeja. Dale, que te gusta.
Quiso correr lejos, pero caminó hasta la puerta. La contradicción y el paraguayo le dieron ganas de vomitar. El tipo tampoco estaba. Hacía varios días que nadie lo veía.
Cuando fue a hablar con Doña Mecha, se encontró con que le venían a avisar de un cuerpo que habían encontrado en el río.
-  Vos te quedás- le dijo ella al Maxi, como si fuera su hermana.
 La agarró del brazo a doña Mecha, que se había quedado quieta con el papelito de la dirección en la mano, y la acompañó a la morgue. Había un olor raro pegado en las paredes, tapado por el perfume ácido del cloro, pero el cloro no podía contra el otro olor, que era más fuerte. Eso y el silencio eran como una masa que asustaba. Hacía frío. Todo ahí era de metal plateado y las paredes tenían azulejos blancos hasta el techo. Los fluorescentes despedían luz cruda y pareja.
“Con razón dicen que morirse es como ir por un pasillo”, pensó, “es como ir por el túnel del parque España, pero sabiendo que no se sale.”
Vio que Doña Mecha seguía como una planta, y no decía nada frente al cuerpo hinchado que le presentaban. Era como el Javi, pero no parecía el Javi. Tenía la piel bien blanca y como encerada. Estaba desnudo y le dio vergüenza. Qué boluda. Tenía que concentrarse en ayudar y ahorrarle a la madre más minutos ahí adentro, pero tampoco sabía si era o no.
 Las dos estaban en silencio, buscando señales, cuando los peritos giraron un poco el cuerpo y la Yeyi vio el dibujo hecho así nomás, con tinta roja y negra, en el brazo derecho.
“-¿Viste boludo, que servía para no olvidarse quién es uno?”- le hubiera querido decir, pero se calló para respetar a Doña Mecha que había bajado la vista hacia el papelito que todavía tenía en la mano, arrugado y desteñido por la transpiración. Seguía callada, pero ahora con cara de rezar para adentro. Se ve que ella también había visto algo que le había sacado las dudas.
 Sintió que las ganas de llorar se le subían por la garganta como cuando tenía ganas de vomitar, pero se aguantó. Tuvo miedo de que cualquier ruido hiciera todo más cierto y despabilara a Doña Mecha que seguía así, como si se la hubieran llevado.

 Le hizo un gesto con la cabeza al tipo que tenía adelante, levantó el papelito que se le había caído a Doña Mecha y se lo dio en la mano, aprovechando para apretársela fuerte por un minuto, hasta que la hizo llorar. Después contó las monedas y como no le alcanzaban para el colectivo, se fue caminando apurada a lo de Juana, la de la vecinal, a ver si las ayudaba a hacer una vaquita en el barrio para pagar el cajón.

martes, 10 de mayo de 2016

Miedo (Raymond Carver)



Miedo de ver una patrulla policial detenerse frente a la casa.
Miedo de quedarme dormido durante la noche.
Miedo de no poder dormir.
Miedo de que el pasado regrese.
Miedo de que el presente tome vuelo.
Miedo del teléfono que suena en el silencio de la noche muerta.
Miedo a las tormentas eléctricas.
Miedo de la mujer de servicio que tiene una cicatriz en la mejilla.
Miedo a los perros aunque me digan que no muerden.
¡Miedo a la ansiedad!
Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.
Miedo de quedarme sin dinero.
Miedo de tener mucho, aunque sea difícil de creer.
Miedo a los perfiles psicológicos.
Miedo a llegar tarde y de llegar antes que cualquiera.
Miedo a ver la escritura de mis hijos en la cubierta de un sobre.
Miedo a verlos morir antes que yo, y me sienta culpable.
Miedo a tener que vivir con mi madre durante su vejez, y la mía.
Miedo a la confusión.
Miedo a que este día termine con una nota triste.
Miedo a despertarme y ver que te has ido.
Miedo a no amar y miedo a no amar demasiado.
Miedo a que lo que ame sea letal para aquellos que amo.
Miedo a la muerte.
Miedo a vivir demasiado tiempo.
Miedo a la muerte.
Ya dije eso.