El Javi:
El frío lo
despertó otra vez. Eran las 6.30 y la vieja ya se había ido a cuidar los pibes
de los Acosta. Igual, antes de irse le había planchado el guardapolvo al Maxi y
a él. Le tocaba hacerle la leche a los dos, media taza para cada uno. Cuando
vio que quedaban dos masitas, pensó en comerse la suya y también la de su
hermano, pero ya había pasado que después lo tenía que aguantar llorando todo
el camino hasta la escuela. Esa vez lo había solucionado con un sopapo en plena
calle, para que se dejara de romper las pelotas y sobre todo dejar de sentir
esa voz adentro que lo hacía sentir para la mierda.
En la escuela
desayunaban un poco mejor, y había que aprovechar ahí, porque eso y lo del
mediodía eran las únicas comidas seguras. A la noche no se sabía, siempre
dependía si a la vieja le habían dado lo que sobraba del almuerzo de los
Acosta. Últimamente no sobraba mucho.
La maestra de quinto
le caía bien, siempre parecía querer ayudarlo. Tenía unos ojos marrones grandes
que le hacían acordar los de Perra, su perra, que se había muerto o había desaparecido
una tarde que había ido a vender tarjetitas a los bares del centro. Capaz que siguió
a uno de esos de la Protectora de animales, que seguro le puso un nombre lindo,
sabiendo que ahí le iban a dar de comer todos los días. Ojalá hubiera dejado la
dirección.
El Maxi terminó
de comer su masita y pidió otra. Todavía no entendía muy bien de qué iba la
cosa, pobre. Él se hacía el superado, pero cuando le dolía la panza también
hubiera querido ponerse a llorar. Pero tenía 11. Había aprendido que llorar le
dejaba como un calambre en la panza y todo se hacía más lento hasta las 9 y
media, que le daban las otras masitas en la escuela.
Ese jueves la
maestra se puso a leer algo de un tipo que se llamaba Robin Jud y él se puso a
contar las tarjetitas para vender a la tarde. Si vendía 10 le iban a dar 50
pesos y de eso le tocaban 20. Los otros 30 iban para el Guano, que le daba las
tarjetitas. A veces le traía rosas, pero esas eran más difíciles de meter. Se
ve que los tipos ya no necesitaban de esos chamuyos para acostarse con las
minas. Sinó preguntale a la vieja, que la puso y nunca más vio al padre del
Maxi ni al de él.
La Yeyi, que
también era una de las pibas que trabajaba para el Guano, le dijo que a ella las
cosas esas no le decían nada, que prefería el pibe que la invitaba con fasos y
con birra porque eso la hacía sentir grande. La Yeyi era su amiga, tenía 12 y
sabía un montón de todo lo que a él le interesaba. Una vez la habían metido adentro
porque afanó el celular de una mina que estaba buscando unas monedas en el
fondo de la cartera, mientras había dejado en la mesa un teléfono que salía
10000 mangos. La agarraron en la esquina. Eso le pasaba por ser flaca, se le
enredaban las patas cuando quería correr y terminaba en el piso como una
boluda.
A veces jugaban a
afanarse entre ellos, para practicar. A ella le hubiera gustado eso del Robin
Jud, que afanaba a los ricos para darle a los pobres.
“Cuando la vea le
cuento”, pensó.
- La
maestra esa es una hija de puta, a mí me hizo echar. No le creás nada.
- Parece
que está en un libro, no se lo inventó ella.
- Igual
es una hija de puta
El Javi se calló,
la maestra le caía bien. Después salió lo del tatuaje, cayó el Guano, y se
olvidó de la maestra.
Al otro día, él había
ido al salón a buscar una cosa en la mochila mientras todos estaban en el
recreo y pescó la cartera de la maestra. Estaba medio escondida entre unos
cuadernos en el escritorio, pero él la vio igual. Sintió lo mismo que cuando el
Maxi lloraba, esa cosa fea adentro. Le pareció que llevarse la billetera era
como afanarle a la vieja, así que la dejó ahí. Después se sintió un boludo; la
Yeyi le habría dicho que era un boludo y no le hubiera hablado hasta reconocer que
la maestra era una hija de puta como ella decía, que se merecía eso y más.
Capaz que al
final la Yeyi tenía razón, porque cuando él cerró la cartera sin sacar nada,
justo la maestra entró y lo vio, y se puso a gritarle de todo. Parecía otra tipa.
Él se quiso ir y lo encerraron en la dirección. Al rato los canas se lo
llevaron y lo cagaron a palos en el auto mismo, para no perder tiempo en la
comisaría. No lo metieron en la oficina,
no le preguntaron quién era ni anotaron nada. Él sabía que así lo habían hecho
boleta a su primo, cuando se lo llevaron por prenderle fuego al auto de un
cana, y decían que no lo tenían en ninguna comisaría. No lo tenían ingresado,
eso era. Nunca apareció, pero todos sabían.
Lo encerraron en
el cuartito de atrás.
-
Nosotros sabemos quién sos, pendejo.
Él no sabía qué querían decir con eso. Pero
entendía que ser él no debía ser bueno, por cómo estaba cobrando.
- El
Guano te vendió.
- ¿Qué
le vendo las tarjetas?
- No
te hagas el boludo, ya encontramos la falopa en tu casa.
Pensó en la vieja
y el Maxi, en la casa toda revuelta. Pensó en el Guano, que siempre la andaba
queriendo manosear a la Yeyi y siempre lo cacheteaba si los veía juntos, como
ayer a la tarde, cuando los encontró en la Plaza Sarmiento:
- Acá
se labura, no se viene a coger, pendejos boludos.
- Nosotros
no cogemos
- Vos
andá por Pellegrini y vos te me vas a Oroño. Y después venís a traerme la guita
a mi casa. – le decía a la Yeyi- Vos no, pendejo, vos esperá que te busque en
la esquina mañana.
La Yeyi no lo
miraba y se iba en silencio. El Javi la
veía irse y le parecía en esos momentos
que sus patas largas eran más finas y temblaban, como esos yuyos que se mueven
con cualquier viento.
Le cerró
todo. Se quedó callado y los dejó seguir, poniendo el lomo por delante,
que era donde dolía menos.
………
La Yeyi:
Ella miraba
adelante sin ver a nadie. Iban todos apurados ese jueves, pero el faso los
ponía en cámara lenta. Estaba sentada en la fuente de la Plaza Sarmiento, y la
mirada se le enfocó recién cuando llegó el Javi.
- ¿Y?
vendiste?
- Tres-
dijo ella
- Yo
dos y una tipa me dio dos mangos y me devolvió la tarjeta. ¿Alcanza para
chicle?
- Uno.
¿Me das la mitad?
- Sí
El Javi volvió
con un chicle de menta. Ella masticó y se rascó el brazo.
- ¿Qué
tenés ahí abajo?
- ¿Esto?
Un tatuaje.
- No
parece. ¿qué son, letras?
- Me
lo hice yo. Dice Yeyi, con unas estrellitas.
- ¿Cómo
hiciste?
- Con
tinta de birome y un alfiler. La Pato me enseñó cuando nos guardaron, pero ahí
no podríamos probar.
- ¿Y
por qué no te lo hizo después?
- Porque
sigue guardada
El Javi se miró
el brazo y ella adivinó:
- Te
enseño si me comprás un alfajor
- Me
quedaron 25 centavos nomás del chicle.
- Bueno,
yo te enseño y vos me traés el alfajor mañana
El Javi dijo que
sí con la cabeza. La Yeyi empezó a contar la técnica.
-
Mirá si agarro y yo también me tatúo Yeyi- dijo agarrando
una piedrita y tirándosela a una paloma.
Ella captó
enseguida el cambio en la voz. Él no la miraba, hacía como que buscaba otra
piedrita, pero estaba lleno de piedritas y no agarraba ninguna.
- No
seas pelotudo. Tatuate Javi. Con azul va a quedar lindo.
- De Ñulls
me lo voy a hacer.
- Colores
de mierda.
- ¿Vos
por qué te tatuaste Yeyi y no alguna otra boludez?
- Para
que si me olvido, mire ahí y me acuerde.
- Sos
bastante pelotuda, puede ser
- Voy
a hacer una vaquita en el barrio y voy a mandar a que te caguen bien a palos.
- Ni
dos pesos juntás. Ni para el chicle.
Ella vio venir al
Guano a lo lejos. Sabía que les iba a hacer quilombo cuando los viera juntos.
Agarró una piedrita y la tiró hacia donde él venía, pero sin fuerza. La piedrita
rebotó en su rodilla.
Después de esa
tarde, pasó 4 días sin noticias del Javi. Pendejo de mierda, seguro que se
hacía el boludo para no comprarle el alfajor. Era lunes y a la tarde se llegó
hasta su casa, golpeó con las manos y vio a doña Mecha correr la cortina de
plástico con la cara hinchada.
A esa hora doña
Mecha siempre estaba limpiando la casa de los Acosta. A esa hora el Maxi
siempre jugaba a la pelota con los de la esquina. Pero ese día estaban los dos,
ahí parados, en silencio.
- ¿Vos
no sabés nada del Javi?
- No, ¿qué
le pasó?
- Hace
tres días que lo buscamos
- Lo
vi en la Plaza Sarmiento el jueves, eran como las 5
- Puse
carteles que me hizo el Esteban con la fotocopiadora, pero nadie vio…
Las manos le quedaron
en el aire, en suspenso. Las venas se le marcaban en azul y se levantaban de la
piel como queriendo escapar, sin saber hacia dónde.
- ¿Fue
a la escuela?
- Me
dijo la de la dirección que ahí no saben nada, pero el Maxi fue con él ese día
y se tuvo que volver solo.
- Yo
la ayudo. Si sé algo, vuelvo y le aviso.
La Yeyi se fue a
la escuela, porque se olió algo raro, y ahí le dijeron que no tenían ningún
alumno anotado con ese nombre. La puteó a la directora y a la maestra. Les dijo
que iba a ir a la cana a hacer quilombo porque el Javi hacía 7 años que iba a
esa primaria y hacía dos que estaba en 5to grado, con esa misma yegua de
profesora. Dijo que el Maxi también iba, que se fijaran, pero nadie le dio
bola.
En la seccional
del barrio no revisaron ningún papel pero le dijeron que ahí tampoco lo habían
ingresado, y ella vio que no tenía más nadie a quién protestarle o a quien
contarle que se le cagaban de risa en la cara.
Pensó en el
Guano, y aunque lo odiaba, sabía que a él le iban a dar bola; él era alguien y
no iba a querer perder un pibe que le laburaba más o menos bien. Llegó a la
esquina de la casa del tipo y se fumó una tuca para que le diera valor, o para
que le chupara un huevo lo que vendría después. Sabía que ese favor se lo iba a
cobrar igual que siempre:
-
Abri la boca más grande, pendeja. Dale, que te
gusta.
Quiso correr
lejos, pero caminó hasta la puerta. La contradicción y el paraguayo le dieron
ganas de vomitar. El tipo tampoco estaba. Hacía varios días que nadie lo veía.
Cuando fue a
hablar con Doña Mecha, se encontró con que le venían a avisar de un cuerpo que
habían encontrado en el río.
-
Vos te quedás- le dijo ella al Maxi, como si
fuera su hermana.
La agarró del brazo a doña Mecha, que se había
quedado quieta con el papelito de la dirección en la mano, y la acompañó a la
morgue. Había un olor raro pegado en las paredes, tapado por el perfume ácido
del cloro, pero el cloro no podía contra el otro olor, que era más fuerte. Eso
y el silencio eran como una masa que asustaba. Hacía frío. Todo ahí era de
metal plateado y las paredes tenían azulejos blancos hasta el techo. Los
fluorescentes despedían luz cruda y pareja.
“Con razón dicen
que morirse es como ir por un pasillo”, pensó, “es como ir por el túnel del
parque España, pero sabiendo que no se sale.”
Vio que Doña
Mecha seguía como una planta, y no decía nada frente al cuerpo hinchado que le
presentaban. Era como el Javi, pero no parecía el Javi. Tenía la piel bien
blanca y como encerada. Estaba desnudo y le dio vergüenza. Qué boluda. Tenía
que concentrarse en ayudar y ahorrarle a la madre más minutos ahí adentro, pero
tampoco sabía si era o no.
Las dos estaban en silencio, buscando señales,
cuando los peritos giraron un poco el cuerpo y la Yeyi vio el dibujo hecho así
nomás, con tinta roja y negra, en el brazo derecho.
“-¿Viste boludo,
que servía para no olvidarse quién es uno?”- le hubiera querido decir, pero se
calló para respetar a Doña Mecha que había bajado la vista hacia el papelito
que todavía tenía en la mano, arrugado y desteñido por la transpiración. Seguía
callada, pero ahora con cara de rezar para adentro. Se ve que ella también
había visto algo que le había sacado las dudas.
Sintió que las ganas de llorar se le subían
por la garganta como cuando tenía ganas de vomitar, pero se aguantó. Tuvo miedo
de que cualquier ruido hiciera todo más cierto y despabilara a Doña Mecha que
seguía así, como si se la hubieran llevado.
Le hizo un gesto con la cabeza al tipo que
tenía adelante, levantó el papelito que se le había caído a Doña
Mecha y se lo dio en la mano, aprovechando para apretársela fuerte por un
minuto, hasta que la hizo llorar. Después contó las monedas y como no le
alcanzaban para el colectivo, se fue caminando apurada a lo de Juana, la de la
vecinal, a ver si las ayudaba a hacer una vaquita en el barrio para pagar el
cajón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario