Vi una película de
terror
en mi cabeza. Se llamaba
“Te idealicé,
la puta madre”,
y actuabas vos. Yo
también actuaba
pero la mayoría de las
escenas
eran tuyas, o mejor
dicho
de ese que se te
parecía
y que seguía un guion
soñado
irreal, de película de
culto,
con subtítulos hechos
de humo
y adrenalina y noches
que no reportan
ninguna utilidad,
ningún aprendizaje concreto
más que ganarle a la
muerte una célula que todavía sabe reírse
por la que pagaremos
algún día,
o mañana, en realidad,
cuando despierte del todo, la puta madre
y recuerde que esta era
una película de miedo
y que tu dominio
exquisito de esa parte indescifrable
que oscurece los
relojes para que paren
de gritar o de
callarse, según lo que precisemos,
es sólo la mímica
perfecta
que sigue el manual
perfecto
que sabe dar el arte,
cuando quiere iluminarlo todo
con esa luz que usan en
los vestidores de los negocios
para que cualquier cosa
que nos probemos
se parezca a lo que
andamos buscando.
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