El pliegue catorce de la cortina termina con un gato en la ventana.
El dobladillo de la vida (a veces) no es más que eso:
la luz de la tarde apoyada sobre los bordes de los edificios,
la luz que muere enredada entre los pliegues de una cortina,
un gato que presencia esa muerte como otra paloma
que se apoya en la reja del balcón y no puede ser alcanzada
salvo desde el anhelo. El anhelo
es el formulario menos oscuro de la esperanza.
La esperanza solo funciona si tiene eco en alguna parte.
En este caso rebota en mí, en la luz, en la cortina,
en los pliegues que toda la tarde esperan al gato
para acariciarlo. En la paloma que solo anhela nido, huevo
y que coquetea con su olor para que el gato se relama,
para que sueñe con atraparla cada tarde
para que en esa simple repetición
encuentre los siete sentidos de una vida
que yo no soy capaz de aprehender
por más que renazca una vez, otra vez, y otra.