Soñé que bajo un tapial, en un hueco, había gatos abandonados. Creo que estábamos en un camping, pasando el día con mis amigas. Ellas me decían que estaban muertos y no quise mirar para comprobarlo. Al final del día, antes de regresar, no pude evitar asomarme a ver qué pasaba con ellos. Me di cuenta de que dos de los gatitos se movían. Había cinco; todos vivían. Uno, de color negro, estaba quieto y húmedo, quién sabe si por los líquidos del parto o por no poder lavarse solo. Me recordaba uno de esos cascarudos que aparecen boca arriba, indefenso después de una tormenta, a la sombra del día.
Mientras pensaba dónde llevarlos, apareció la madre, maullándome con desesperación. Evidentemente tenían hambre y fui a casa a buscar comida, tratando de seleccionar cosas blandas que pudieran servir de alimento tanto para la gata como para sus hijos, por si ella no tenía suficiente leche.
Algo en ese tránsito (probablemente el cambio de escenario, el no entender cómo llegué de un lugar a otro) me despertó. En el primer segundo sentí la desesperación de haberlos abandonado. Después supe que era lo mejor para ellos: mis paisajes cotidianos no tenían lugar para protegerlos, para cuidar otras vidas. Yo era mis cosas, existiendo de igual a igual sin necesitarnos mutuamente, en una relación encuadrada por la compraventa y la asepsia de lo útil. La dependencia era un músculo innecesario; no era bien visto en este color de lo real.
Durante el resto del día estuve molesta, cargando con una semilla en mi panza que de a poco se convirtió en piedra insoportable. Era la angustia de la gata que me crecía adentro en forma de grito ahogado; un sonido que había viajado desde el camping hacia mi cerebro y se movía hacia mis órganos buscando una salida.
Entonces acudí a mi solución de siempre, comprando cosas para distraerme, pero no sirvió de nada. La desesperación me llevó buscar otros métodos, incluso a vender todo lo que había comprado para que el mejor cirujano de la ciudad me arrancara el animal del cuerpo y la conciencia, pero hace ya dos años y ella todavía tiene hambre, todavía sigue esperando que vaya a rescatarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario