Estaba saliendo cuando la vi, no tuve tiempo de
limpiarla porque el Súper cerraba en media hora. Una mancha rojo oscuro,
rompiendo el blanco del piso de la cocina. No recordaba haberme lastimado,
tampoco estaba menstruando. Pensé en
cómo se vería aquello si me moría ahora en la calle y después encontraban
sangre en mi cocina. La evidencia en dos lugares desorientaría al principio,
pero después se darían cuenta de que mi desidia (ellos no sabrían de mi apuro
por llegar al Súper antes de que cierre) había hecho que dejara sangre en el
piso sin importarme. La investigación se habría demorado por mi culpa. No
importaba que me hubieran asesinado, yo habría retardado la resolución; habría
aportado confusión y caos, sin querer. Debía llegar y limpiarla, tendría que
haberla limpiado antes de salir, aunque no llegara al súper, aunque no vinieran
forenses a corroborar nada. Pero ¿por qué, en realidad? Ese apuro por tapar lo
natural con perfumes de bosque falso de bambú, todo oculto, todo disimulado. Propagandas
de toallitas donde derraman líquido azul, graffitis en las paredes blanqueadas
a la cal. Así también siguen matando mujeres, al negarlas desde la biología y
la palabra. En cal pusieron a varias, para evitar que las reconozcan. Hay que tapar, tapar, el blanco es un color
que tranquiliza a los portadores de normalidad y a los blanqueadores de
capitales. La sociedad no debe menstruar en público, ni hablar en voz alta, ni
hacer ostentación de hambre cuando llegan los turistas. El hambre es un vacío oscuro
que atenta contra nuestros principios de lo inmaculado, mientras el entorno te
inmaculea. Yo tengo hambre, y no encuentro las galletitas que vine a buscar
¿Por qué me mira el guardia de la puerta, como si no fuera a pagar? ¿Creerá que
su trabajo es hacerte sentir como la mierda, por las dudas? ¿De qué la va un
tipo que disfruta de ir metiendo miedo; cómo llega a su casa y vive y habla con
sus hijos de cómo deben ser las cosas? ¿Cómo concebirá la ternura alguien como
él? ¿Por qué me sigue mirando? ¿O es que tengo alguna herida que yo no supe
encontrar en mi apuro? La mano no es, tampoco la pierna. Tampoco fui dejando
ninguna mancha roja al pasar. El aceite está de oferta, ¿debería llevar dos?
Hace tiempo que dejé de comprar de acuerdo a mis necesidades y me guío por las
variables de la oferta. Hoy debería querer comer verduras de estación, pan de
ayer, dos por uno de pollo. Mis deseos son los de la oferta y demanda, ¿qué más
pueden pedir de mí, si hasta les entregué mis gustos alimenticios? La libertad es
una idea vaga, una marca de salchichas que creés elegir entre dos. ¿Ves que voy
a pagar, hijo de puta? A ver si dejás de mirar ¿O será la mancha? Ahí, en ese
vidrio, si me doy vuelta, capaz veo lo que ve, pero no, no hay nada. Mi short
sigue blanco muyblanco, sigo siendo una buena chica bien adaptada, que sabe el
color predilecto de la ciudad. En China el blanco representa luto y mala
suerte, el rojo sangre es el color de las cosas buenas. Tal vez mi mancha no
era de sangre, sino una suciedad cualquiera, anónima, que le creció al piso a
partir de algo que traje en mis zapatos. O témpera, porque justo ayer abrí un
pote ¿Todas las pinturas tienen el don de caer en forma de círculos perfectos?
Los círculos son rutas seguras, nadie puede perderse en algo que va y vuelve,
que se repite, que se hace rutina. Y cualquier lugar se vuelve rutina si le das
el tiempo suficiente ¿Cómo se sale del círculo, cómo girar tan rápido que la
fuerza centrífuga te empuje hacia la salida? Huir hacia la libertad, esa
segunda marca de salchichas. Tal vez la libertad sea un segundo círculo en el
que entramos hasta que nos damos cuenta que también es una trampa. Mi llave
gira en círculos ahora, ella sabe adaptarse a sus rutinas. Para ella la felicidad es poder franquear
cualquier puerta: ir más allá de lo que se opone, en apariencias. Por fin en
casa de nuevo. Ahí está la mancha, tan
redonda como cuando la dejé, imperturbable, aferrándose al piso como si
quisiera desafiarme a propósito ¿Dónde está el trapo de piso? Al agacharme para
limpiar, detecto que por el zócalo de abajo de la heladera se desliza otra gota
parecida. Al abrirla, el jugo de frutilla se declara culpable, dejando en
evidencia que su envase tiene una pequeña fisura. Cierro la heladera y la dejo
tranquila, por un rato. Los objetos deberían poder sangrar en paz, de vez en
cuando.
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